Por: Querien Vangal
nov. 2008
Recuerdo que cuando era pequeño, sentía unas locas ganas de violar las reglas. Mi mamá me decía algo y yo quería y buscaba hacerlo del modo totalmente contrario, para probarme a mí mismo y a mis padres que era posible una segunda vía. Un día, en la escuela, hice un examen, y queriendo innovar seguí mis métodos de desarrollo, y pensé que había hecho un examen magistral. A los dos días llegó el resultado: reprobado. ¿Cuál fue la causa? No hice lo que el profesor quería. Esto me ayudó a comprender, que no siempre lo que pensamos o queremos va a ser el camino hacia la felicidad.
Ahora que ya soy viejo y retirado hace ya varios años de mi actividad profesional y de la que fue mi actividad preponderante, y puedo constatar sobre esa sed de libertad, y esa locura por innovar en las mentes y corazones de tantos jóvenes y personas. El lema, implícito o explícito, es Llevar la contraria, Nadar contra corriente, y todavía más se dice que a obediencia es para bobos.
La misma moda nos muestra esa carrera por ver quien es el más creativo (argollas en la lengua, en la nariz, barbas kilométricas, jeans desteñidos, etc.) y no se diga de la moral, en donde lo natural pasó a ser retrógrado, y lo anormal el común parámetro de conducta (casamiento entre hombres, noviazgo entre mujeres, suicidios asistidos, etc.) Y esa sed nos ciega, hasta el punto de creer que mi modo de vivir es el más lícito y el más excelente.
La obediencia, ese someter mi juicio a alguien, ese dejar de lado lo que pienso y quiero para pensar y querer lo que el otro quiera, parece lo más ridículo y loco para este mundo independiente. Obedecer implica un granito de humildad, para reconocer y aceptar que en esta ocasión o en otras más, no tengo la razón; implica honestidad y realismo, pues yo no soy el único ser en este mundo, sino que estoy rodeado de personas, que en su mayoría, tuvieron la misma edad que yo tengo, y que pasaron por la misma circunstancia y sienten lo mismo que yo siento. Obedecer no es acatar rabiosamente o inconscientemente una orden; no es hacer lo que el otro me pide, con la esperanza de que el otro se equivoque. Obedecer es confiar. Así como tú obedeces el semáforo, confiando que es por tu bien, así hemos de confiar también en los demás, sobretodo en los que tienen alguna ascendencia sobre mí: mis padres, mis abuelos, mis profesores, mis jefes de trabajo. La obediencia en fin, no es para bobos, sino que es para inteligentes, pues la inteligencia busca lo mejor para uno mismo, y cuando lo encuentra, lo presenta a la voluntad y ella lo elige y lo realiza.
Quien no confía ahora, quien no quiere obedecer ahora, los golpes de la vida serán sus mejores maestros. Tarde o temprano, hemos de aprender a dejar de ser bobos, y así aprender a ser inteligentes por el amor y la confianza.
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