lunes, 6 de septiembre de 2010

La situación financiera

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Octubre / 2008

 

¡La cosa está que arde! ¡Es la hoguera de las vanidades! ¡Todo el mundo le atiza, y el juego se llama: sálvese quien pueda!

Parece demencial y lo es. Hay pueblos que se extinguen en una especie de suicidio colectivo que los lleva a la parálisis, al decaimiento y la anorexia vital.

Los precios de los alimentos suben de manera espectacular, también el del petróleo, y la amenaza de una recesión internacional se consolida.

De momento, México ha sorteado y está sorteando estos avatares gracias a la disciplina fiscal de los últimos años, a la política monetaria y al control de la inflación. Pero es inútil esperar que las solas medidas macroeconómicas sigan dando de sí. Más grave aún sería que no nos percatáramos de la crisis que se viene.

La tierra en México si no está ociosa, está al menos subutilizada. La frontera agrícola no se expande. La devastación en bosques y selvas ha sido paranoica, por decir lo menos. En materia de energía, el país no se sostiene. El petróleo se agota, las gasolinas y los productos derivados en su mayoría se importan. La informalidad y el subempleo hacen imposible la existencia del mercado y del crecimiento sostenible, compartido y equitativo.

El crecimiento económico no puede darse porque lo impiden factores estructurales que mantienen a los sectores educativo, laboral y fiscal, en condiciones pre-modernas, y por lo tanto no sólo anacrónicas, sino como verdaderos elementos inhibidores de la productividad, la innovación y el desarrollo.

La soberanía de la nación no es que esté comprometida, es que simplemente no puede existir. Entre otras cosas, hay dependencia alimentaria, energética y tecnológica. Sin ellas no se puede ir hacia delante, son condiciones necesarias, aunque no suficientes. No bastan, pero son indispensables para que la visión del país se despliegue.

La visión requiere claridad de ideas que iluminen el sendero, convicciones morales que permitan el avance en profundidad, voluntad para afrontar sacrificios, y fortaleza para superarlos. Una mística de servicio y generosidad, que haga posible la patria como proyección de nuestra de identidad.

No dudo en calificar el momento actual como la hoguera de las vanidades. Mientras el país requiere una acción decidida y valerosa de sus élites políticas, intelectuales, empresariales y sociales, los ejemplos de los llamados hombres y mujeres de vértice se centran en la conservación de sus privilegios, en la prolongación de un sistema clientelar y generador de dependencias mezquinas, en atender a sus intereses particulares obviando a los de la nación.

Nuestras élites no quieren el cambio y el progreso, quieren la continuación del pasado. La reiteración con formas "gatopardianas" –que todo cambie en la forma para que todo quede igual en el fondo– de la falta de transparencia, de la corrupción y del servilismo en aras de prebendas económicas y políticas.

¡Mientras tanto la cosa está que arde! ¿Es posible qué México siga derrochando sus recursos en importar gasolina y combustibles, alimentos y tecnología que podríamos producir y desarrollar aquí, generando empleos y oportunidades? ¿Seguirá siendo recurrente que el peor enemigo del mexicano no es "el extraño enemigo", sino el mexicano mismo?

Dicen que las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra… ¡Ojalá que sea verdad! De nosotros depende.

 

 

 



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