lunes, 6 de septiembre de 2010

Almas sin cadenas


Por: Querien Vangal

Octubre / 2008
 

Podemos quedar encadenados por cosas grandes o por cosas pequeñas.
A veces somos prisioneros de ambiciones profundas o de angustias prolongadas: ascender en el trabajo, conseguir una casa fuera de la ciudad, encontrar un buen médico para un cáncer doloroso, superar los problemas familiares.

Otras veces el alma queda atrapada en cosas muy pequeñas: un crucigrama, un juego electrónico, un programa de computadora, el sello que falta para completar la colección...

Las almas humanas pueden vivir entre cadenas, emborrachadas, no sólo por culpa de sustancias químicas, de alcohol, de droga, de tabaco. Los problemas y las inquietudes del corazón también nos atan internamente, con angustias intensas, con fobias o a euforias, que distorsionan la realidad, que nos llevan a ver cosas banales como si resultaran imprescindibles, a valorar objetos inofensivos como si fueran temibles, o a tratar asuntos triviales como si de ellos dependiera nuestra existencia temporal y eterna.

El alma necesita descubrir una escala de valores que ayude a reconocer el sentido auténtico de la propia vida, que nos permita colocar las cosas en su sitio, que rompa cadenas asfixiantes.

En esa escala lo secundario será simplemente eso, secundario, y no provocará borracheras absurdas que han generado, en los jefes de estado, guerras absurdas, y en los hombres sencillos fracasos en el trabajo o la familia.

A la vez, esa escala dará a lo primario, a lo esencial, a lo que vale siempre y en todo lugar, su lugar de guía en todos nuestros deseos y opciones.

¿Dónde radica lo esencial? ¿Cuáles son las ideas primarias de la vida humana? Están en la fe cristiana, que nos muestra el verdadero rostro de Dios, que desvela el sentido de lo temporal y de lo eterno, que genera corazones dispuestos al amor, que lleva a trabajar por la justicia y la paz, que une a las familias, que fomenta la honradez en el trabajo.

Está en ese Evangelio vivo que nos enseñó Jesús el Nazareno, que alimenta la historia de la Iglesia hasta nuestros días, que permite vivir en el mundo del amor sincero.

Podemos romper cadenas del alma con una acción decisiva y eficaz, con la gracia que viene desde el cielo. Necesitamos escuchar en toda su belleza las palabras de quien nos enseñó que no vale la pena preocuparse tanto por el vestido y por el alimento y tan poco por el Reino, la Justicia, el Amor.

Sólo almas sin cadenas podrán respirar aires limpios. Sentirán, en su propia libertad interior, que Dios y los hombres merecen todo nuestro esfuerzo mientras seguimos en camino en esta Tierra fugaz que nos lleva hacia el cielo eterno.



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