Por: Querien Vangal
Enero / 2008
El ser apóstol en forma eficaz, en forma profesional, como el laico se desempeña en su vida ordinaria, no está reñido con el ejercicio de la caridad cristiana, al contrario, la eficiencia puede ser el signo de una exquisita forma de ejecutar el apostolado.
Formar el corazón del apóstol significa también, buscar lo mejor para el amor, no tener miedo a escoger los medios más eficaces para llevar a cabo el apostolado que mejor responde a la experiencia del Espíritu. En consecuencia, lo mejor para el apostolado podría ser la acción más eficiente en el tiempo y con profundidad. No tener miedo de ponderar las obras que se deben poner en pie, que mejor expresen el amor a Dios y al prójimo, a través de la experiencia del Espíritu.
Pero siempre convendrá, en igualdad de circunstancias irse formando en el criterio de eficiencia, que es escoger aquella obra que puede ofrecer mejores frutos para el amor. Muchos de los apostolados, bajo este tamiz de la eficiencia no responderían plenamente a la experiencia del Espíritu y convendría cerrarlos o transformarlos.
Es necesario aprender a diferenciar entre la eficacia, que se reduce a hacer bien las cosas y la eficiencia, que es hacer bien las cosas que convienen hacer. Esta conveniencia dependerá lógicamente de muchas circunstancias, pero quien es apóstol debe convencerse, especialmente en algunas regiones del planeta que los tiempos no están para hacer y llevar a cabo cualquier obra. Deberá poner en pie aquel apostolado que le lleve a hacer más por el amor en menos tiempo. Ello nos lleva a ponderar la importancia del tiempo en el ejercicio de la caridad. Siendo el tiempo un don que Dios da para realizar el amor, como uno de los talentos de la parábola, es conveniente aprender el arte de utilizar el tiempo para hacer más y mejor en menos tiempo, lo cual comporta una adecuada programación, auspiciada por la encíclica Deus caritas est.
Al ver los campos en los que el hombre se afana por conseguir un bien material o un placer efímero y constatar como ese afán lo lleva a sofisticaciones y preparaciones minuciosas en la administración y programación del tiempo, resulta paradójico que quienes deberían dar lo mejor al amor, se contentan con darle las migajas del tiempo. Migajas, no porque sea poco el tiempo que dedican a las actividades caritativas, sino porque no lo saben utilizar con inteligencia. ¿Por qué hacer en una semana lo que podría hacerse en pocas horas? Aprender a programar el tiempo para ser apóstol es una forma de ejercer la caridad, esta es la inteligencia de la caridad.
De esta forma una de las labores más importantes en la transmisión del apostolado es la formación del apóstol, no sólo de la formación del corazón del apóstol, sino de la formación de la manera de hacer apostolado.
Debe darse en primer lugar la formación de unas virtudes características, las mismas virtudes que se hayan aplicado a las primeras obras de apostolado. Sin el ejercicio de dichas virtudes se corre el riesgo que el apóstol termine por ser un mercenario que trabajo sólo bajo paga o sólo por complacer a los demás. Bien sabemos que los tiempos que corren son duros y que están hechos para personas que sepan llevar el peso de las dificultades. Por ello, además de las virtudes específicas de cada apostolado, se deberá buscar formar a los apóstoles en la virtud de tenacidad, consciente de que uno de los males que más daña a los apóstoles es la debilidad de la voluntad, la sensualidad, el sentimentalismo y la inconstancia en el trabajo de la santificación y en la actividad apostólica.
Hay que ayudarles a los laicos a reflexionar con seriedad y profundidad en la obra en la que se quieren empeñar de forma que perseveren en sus empresas hasta culminarlas del todo, esforzándose por evitar las derrotas en el campo espiritual, intelectual y apostólico. Como base de esta tenacidad y constancia, se deberá ayudar a los laicos a formar una voluntad firme y bien disciplinada, fundada sólidamente en las virtudes teologales y en el dominio de los propios sentimientos, emociones e impresiones. Da pena contemplar a tantas obras de apostolado que han quedado incompletas por falta de una voluntad perseverante de quien la debía llevar a cabo.
Otro aspecto en el que se debe formar al apóstol será en el orden y la eficacia, enseñándoles el arte de la programación, en forma tal que el apostolado no se lleve a cabo a base de golpes de buena suerte, sino con un programa previamente trazado de acuerdo a un plan concreto, una guía y un calendario. Es enseñarles el arte de la eficacia, de la realización completa, de ganar tiempo al tiempo, de hacer más en menos tiempo. Es enseñar a los laicos la parábola de los talentos, de forma que sus posibilidades de hacer el bien vayan consumiéndose día a día, de manera infructuosa, por la improvisación, la pereza, la mediocridad y el desorden.
El apostolado no es un sentimiento, sino un arte. Por este motivo se debe ayudar al laico a considerar que la vida es una y sólo se vive una vez, enseñándole a adquirir un espíritu esforzado, de laboriosidad, de conquista y de perseverancia, enraizado en un apasionado amor a Jesucristo y en un ardiente celo por las almas. Los laicos están llamados también a reproducir en sí mismos la misma creatividad, la misma santidad y la misma audacia que los fundadores. Esta audacia y creatividad debe llevarles a extirpar toda forma de pereza espiritual, intelectual, apostólica y física, que acabe con las cobardías, la falsa prudencia y la comodidad, que les anime a estar permanentemente en actitud de servicio, desechando toda amargura, insatisfacción o lamentación estéril, y les haga desear el desgastarse por Cristo y por su Reino.
Se debe animar y motivar constantemente a los miembros para hacerles ver la grandeza de la misión, del apostolado, de forma que los laicos vayan plasmando en sí mismos al hombre líder cristiano, guía de sus hermanos, eficaz en su labor, atento a las oportunidades, magnánimo de corazón, luchador infatigable, realista en sus objetivos, tenaz ante las dificultades, sobrenatural en sus aspiraciones. Debe ayudarlos a desterrar en el apostolado cuanto tenga que ver con la irresponsabilidad, el egoísmo, la pusilanimidad, la pereza, la cobardía, la timidez y el desaliento.
Por último, si se quiere en verdad inculcar todas estas virtudes en la formación de los apóstoles, uno mismo deberá transformarse en un verdadero formador de apóstoles, a ejemplo de su fundador. Por ello deberá aprender a hacer, entregándose totalmente a su misión, en forma organizada y eficiente. Deberá también aprender a hacer hacer, logrando corresponsabilizar a los laicos, cultivando su celo apostólico, su amor por Dios, la Iglesia y las almas y propiciando la participación activa de ellos en los diversos apostolados. Por último, como San Juan Bautista, aprenderá a dejar hacer, no poniendo obstáculos, fomentando y estimulando la iniciativa y la acción de los laicos, sin abdicar a su propia responsabilidad de formador de apóstoles, ni pretender realizar todo por sí mismo.
«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»
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