Como a los 15 minutos, me imagino más o menos pues yo estaba absorto en la lectura de una revista, terminó de atender Tiburcio –así se llama el peluquero— al cliente que estaba atendiendo cuando yo llegué.
Pase usted profesor –le dijo al que me antecedía--, lo cual confirmaba lo que me había imaginado. ¿Cómo siempre?, le preguntó mientras se acomodaba en la silla y le colocaba la sábana protectora.
Mi antecesor se miró al espejo.
– Sí, Tiburcio. Igual que la vez anterior. Sólo que ahora te voy a pedir que me rasures, porque ya me veo como Lavolpe con su "barba de tres días".
– Sí profesor, pero usted se ve como Lavolpe en la desventura–, alcanzó a mascullar Tiburcio.
¿Qué dijiste Tiburcio?–, irrumpió el profesor.
– Que esta navaja nueva, viera usted, qué bien rasura.
– ¡Ah, está bien!–, finalizó el profesor, mientras tomaba el periódico, Tiburcio sacaba un lienzo blanco del cajón, y todos los presentes, eramos tres, volvíamos a lo que estábamos haciendo, y a escuchar las noticias por el radio que tenía encendido Tiburcio y que en ese momento iniciaban
– ¡Qué valiente, qué valiente es este Andrés Manuel!–, exclamó en total soliloquio el profesor. –Mira, Tiburcio, eso de levantar la voz, aún contra el Presidente, para defender nuestro petróleo. No cabe duda. ¡Ese hombre es un valiente!
Tiburcio, quien no simpatiza mucho con esas tesis ideológicas, al momento de girar el sillón, lo hizo tan bruscamente que el cliente se descontroló por un momento...
– Perdone usted, profesor, pero me llama mucho la atención lo que acaba de decir, porque yo tengo varias opiniones sobre el señor López y, francamente, no estoy de acuerdo en que sea "un valiente"–. Todo indicaba el inicio de un buen debate. Tanto, que los presentes aprobamos –como nunca se ve en San Lázaro ni en las asambleas del PRD– un punto de acuerdo: apagar la radio.
– ¡Vamos por partes!, dijo Tiburcio, --agitando las tijeras como si fuesen banderillas– ¿Cómo está eso de "nuestro petróleo"?
– Sí, mi estimado Tiburcio, agregó el profesor. El petróleo y Pemex son tuyos y mío; de todos los mexicanos, pues.
– "¡No me diga!", interrumpió Tiburcio. – "Pues qué descuidado tiene usted su negocio", ironizó. –¿Sabía que PEMEX estaba entre los primeros 11 lugares a nivel internacional y que ahora ya estamos como en el lugar 19?... ¿Sabe usted, que por falta de refinerías, tenemos que importar el 40 por ciento de las gasolinas que se consumen en México?... ¿Sabe usted que la Exxon –la empresa petrolera más importante y de mayores ingresos en el mundo– trabaja con el 30 por ciento menos de personal que Pemex?... ¿A que no sabe usted que McDonald's ingresó la misma cantidad, en millones de dólares, que lo que vendió Pemex el año pasado… ¡sin sindicato y con utilidades!?
– "¡Óoooorale!", atajó el profesor. – "Pero eso no justifica", agregó en tono de líder de la CNTE, que nuestro petróleo se entregue a manos extranjeras ni a los capitales privados que violan la… ¡ptrrrpoopssss!
No pudo terminar la frase, porque en ese momento Tiburcio le había metido en la boca la brocha llena de crema para afeitar.
– ¡Qué pues, Tiburcio!–, reclamó.
– Usted disculpe, profesor. ¡Chín!, lo dejé como al Peje en la entrevista con Loret de Mola… ¡echando espuma hasta por los ojos!
Mientras arreglaba el espumoso desperfecto, Tiburcio puntualizó:
– No se trata de privatizar nada, ni de entregarle nada a nadie. Se trata de volver eficiente a Pemex; que sea rentable, competitiva a nivel internacional. Y eso se puede lograr con un buen marco jurídico y hasta con la fiscalización de los legisladores, y si usté quiere, hasta incluyendo ciudadanos en el Consejo. La situación real de Petróleos Mexicanos está más que clara en el diagnóstico que el Presidente Calderón le entregó al Congreso de la Unión para trabajar sobre la reforma energética que presentó hace poquito.
– ¡Ajajá!–, interrumpió el rasurado. – ¡Ahí está el meollo de todo este asunto! ¿Quién te dice que el famoso diagnóstico no está manipulado, disfrazado, maquillado, rasurado, tremendista y convenenciero, para ponerlo a modo de los intereses que atentan contra nuestra soberanía?
– "¡Noooomaaaaaaas eso me faltaba!", --Tiburcio levantó los ojos al cielo– "Usted ha de ser perredista, ¿verdad?"
– ¡No, Tiburcio, pero simpatizo con las causas populares!
– ¡Ahora me explico!, apuntó Tiburcio sacudiendo con una buena dosis de talco los pelillos del profesor. – "¡Con razón en el PRD miden de una forma lo que ellos hacen, y de otra lo que hacen los demás!"
Si hubiera sido el PAN quien hubiera organizado sus elecciones para la nueva dirigencia nacional y se hubiese evidenciado el cochinero y el desaseo impresionante; el fraude, la manipulación del padrón, los acarreos de gente y las llamadas "casillas zapato". Si se presentara la amenaza de que, estando tan viciado el proceso, fuese necesario anular totalmente la elección; si los organizadores de la votación interna hubiesen suspendido el cómputo por no existir garantías, certeza, apego a la normatividad, y tampoco una brizna de transparencia; si los participantes de esa elección interna, los candidatos y los dirigentes salientes hubieran solicitado la intervención del IFE para clarificar las cosas, el PRD se hubiera "pitorreado" hasta el cansancio de esa situación. Las acusaciones de todo tipo y los anatemas negriamarillos caerían lapidarios sobre los organizadores de la elección. Pedirían el patíbulo y la guillotina para los antidemocráticos.
Pero como el teatrito democrático y la democracia en grado de tentativa fue instrumentada por los propios perredistas, para ellos, esto seguirá siendo "pecata minuta", "asuntos de familia", "hechos intrascendentes", "cosas de la vida".
Tiburcio quitó la sábana protectora del parroquiano. La sacudió y la acomodó en el canasto de la ropa para lavar, frente al silencio de su cliente que ya no pudo contra-argumentar nada. Con la mano me indicó que era mi turno al tiempo de exclamar:
– Estos perredistas tienen dos defectos institucionales graves. Primero, son incapaces de realizar un simple acto de democracia interna, algo legal, respetuoso de la normatividad estatutaria, transparente, eficaz, oportuno y que evite los conflictos postelectorales. Y el segundo, son incapaces de reconocer un trabajo bien hecho, de calidad, aunque no sean resultados propios.
– ¿Y eso en qué se ve, Tiburcio?–, atajé.
– ¡En que este güey se fue y ni propina dejó!
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