Para algunos intelectuales, el caso Galileo sigue vivo. Consideran y exigen, en cualquier ocasión propicia, que la Iglesia y Benedicto XVI pidan perdón ante lo que ocurrió hace ya más de 360 años.
¿Por qué esa insistencia en que el Papa vuelva una y otra vez sobre un asunto del pasado? Dejemos de lado motivos ideológicos de quienes buscan sistemáticamente denigrar a la Iglesia. Dejemos de lado el que todavía hay personas que creen que Galileo fue torturado o incluso "quemado", lo cual es completamente falso. Dejemos de lado el que algunos piensan que el famoso físico ofreció pruebas concluyentes, cuando en realidad nunca llegó a presentar una verdadera prueba para su teoría heliocéntrica. Dejemos de lado los que no conocen o han olvidado todo lo que se hizo sobre el caso Galileo durante el pontificado de Juan Pablo II.
Fijémonos, entonces, en un motivo que, de ser sincero, tendría una gran importancia en quienes piden una "rectificación": el deseo de ayudar a la Iglesia a corregir errores para presentarse más creíble, más buena, más atractiva.
Surge, entonces, la pregunta: ¿de verdad habrá más gente que crea en Cristo y en su Iglesia si el Papa vuelve de nuevo a considerar el "caso Galileo"? ¿O no resulta ser realmente convincente la religión católica por otros motivos mucho más serios y más hermosos?
Cuando contemplamos la historia de la Iglesia durante sus casi 2000 años de vida; cuando vemos la nobleza de los mártires, el entusiasmo de los misioneros, la generosidad hacia los pobres, el cuidado de los enfermos y más desamparados, la defensa de la verdad sobre el hombre y la mujer, la custodia de la vida (desde la concepción hasta la muerte natural), ¿no encontramos entonces motivos suficientes para decir que la Iglesia sí es creíble?
Si estuviera entre nosotros, quizá el mismo Galileo Galilei sentiría vergüenza al ver a ilustres profesores y científicos presionar en pleno siglo XXI para que el Papa Benedicto XVI pida perdón por el "caso Galileo".
El escándalo hace ruido, aunque sea protagonizado por una minoría más amante de espectáculos que de argumentos. En cambio, allí donde hay auténtico espíritu científico y educación para el diálogo y la tolerancia, es posible escuchar las palabras del Papa en una universidad pública.
Hace falta promover actitudes abiertas y respetuosas, tan necesarias en un mundo multicultural llamado a vivir en el respeto a la hora de confrontar ideas diferentes de las propias, en el camino común que nos lleva a todos hacia el encuentro con la verdad perenne.
Cuando se produce un atentado en un mercado popular, cuando un grupo de guerrilleros asalta un autobús de civiles, cuando cada fin de semana mueren decenas de personas a causa de la embriaguez de algunos conductores... surge la pregunta: ¿quiénes son los responsables?
Existe una respuesta ofrecida por no pocos autores que ofrecen acusaciones "genéricas". Buscan la causa de los hechos en las estructuras económicas, en las tradiciones culturales o religiosas, en las injusticias que afligen al planeta.
Por eso, cuando llega la noticia del enésimo asesinato de civiles en Irak, es fácil decir que todo es culpa de la situación de caos provocada tras la guerra, de las tensiones que han surgido por el deseo de controlar las fuentes de energía. Algo parecido se puede decir respecto de tantos acontecimientos pequeños o grandes, también cuando las víctimas son simples ciudadanos de a pie que hacían cola en el mercado, o que habían ido a un bar a pasar el rato con los amigos, o que esperaban frente a un ayuntamiento para pedir algún certificado oficial.
Si vamos más a fondo, descubriremos que las condiciones socioeconómicas y que las injusticias profundas que sufren millones de personas no son suficientes para explicar la lógica salvaje que se esconde en un atentado sobre inocentes. Porque esa lógica tiene su raíz verdadera en un corazón humano, lleno de odio, de rabia, de fanatismo, de ferocidad.
Los gobernantes de las naciones, los organismos nacionales e internacionales, tienen su parte de responsabilidad, sumamente importante, para evitar que se creen nuevas injusticias y para eliminar la miseria, la opresión y los abusos a los que son sometidos millones de seres humanos. Pero es mucho más grave la responsabilidad que pesa sobre un hombre o un grupo de personas que organizan una masacre con el deseo de "hacer noticia" o de recordar un drama humano por medio de la muerte de hombres y mujeres de la calle.
Necesitamos recordar que la historia humana no es el resultado de fuerzas ciegas o de situaciones que escapan al control de las personas. Principalmente es el resultado de libertades que escogen el camino de la paz o de la violencia, de la reconciliación o de la venganza, de la solidaridad o del chantaje, del perdón o del odio.
Por eso, cada vez que un hombre o una mujer, en las situaciones más dramáticas o en la vida normal de una sociedad pacífica, decide vivir según el amor y la justicia, la historia da un paso hacia la paz y la concordia, hacia el verdadero progreso que vence al mal y que construye puentes hacia un futuro mejor.
Todos tenemos una parte (grande o pequeña) de responsabilidad para que el mundo cambie. Asumirla es de almas grandes. Esas almas no aparecerán seguramente en los medios de comunicación social. Pero eso no importa. Lo que importa es que cada día millones de personas buenas abren surcos de alegría y de concordia en la historia humana, vencen desde sus corazones el mal con el bien. Surge así, poco a poco, un mundo más bueno y más feliz.
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