viernes, 9 de abril de 2010

Los Ángeles y… su “vida loca”


Enrique Galván-Duque Tamborrel
mayo / 2008

 

Desde hace más de 20 años que el condado de Los Ángeles sufre una crisis de violencia. A pesar de los vastos espacios de áreas seguras, existe un elevado grado de violencia que azota las zonas con altos niveles de delincuencia.

Connie Rice, abogada de Derechos Civiles y Codirectora de Advancement Project, en Los Ángeles.  Desarrolló un amplio estudio sobre este importante tema para la comunidad angelina.  Los vecindarios con altos niveles de delincuencia son un caldo de cultivo y se ha ampliado "una violenta cultura pandillera sin igual", aunque sólo un pequeño porcentaje (5%-8%) de las 800 pandillas y 65 mil miembros de pandillas que se calcula residen en el condado participen habitualmente en actos violentos y mortales. La violencia de este subgrupo ha llegado a un nivel epidémico: casi el 75% de los homicidios de los jóvenes pandilleros de California ha tenido lugar en el condado de Los Ángeles, creando lo que los expertos denominan "una epidemia a largo plazo de homicidio y violencia entre jóvenes pandilleros".

Mientras que la mayor parte de Los Ángeles disfruta de la seguridad resultante de los niveles más bajos de crímenes violentos en 40 años, esa no es la realidad de los 300 mil niños de la ciudad atrapados en las zonas de pandillas y alta actividad delictiva. Estos niños sienten miedo cuando caminan a la escuela, y no juegan al aire libre ni visitan los parques públicos. Estos menores saben lo que es un tiroteo, pero no son tenidos en cuenta políticamente porque son pobres, inmigrantes o marginados de alguna u otra forma. Ellos sufren los mismos niveles del síndrome por estrés post-traumático que los soldados que regresan de Irak. Son los niños más indefensos: aislados, desprotegidos y sin los recursos necesarios para combatir las condiciones negativas en sus vecindarios.

Hace tiempo que estos niños se merecen lo que la Constitución de California les garantiza: el derecho a la seguridad pública y a liberarse del miedo.

¿Qué se puede hacer? Mucho.

Primero, se debe dejar de intentar combatir esta epidemia aplicando curitas. Se tiene que combinar la prevención y la intervención en forma integral para erradicar las causas de la violencia entre los jóvenes (y relacionar así estas acciones integrales para la seguridad de los vecindarios con medidas estratégicas del orden público que aumenten la cantidad de oficiales y se orienten a arrestar y retirar de las calles a las personas violentas. Para esto se requiere la participación conjunta de los líderes locales que establezcan organismos de la ciudad y del condado que coordinen sus servicios para tener un verdadero impacto en el vecindario. También deben administrar programas que hoy operan en forma aislada e inconexa, además de hacer responsables a las personas que están a cargo de reducir la actividad delictiva y la violencia de las pandillas. Las escuelas deben organizarse para proporcionar verdadera seguridad: en el camino a la escuela, durante y después del horario escolar y, además, deben enseñar estrategias para la reducción de la violencia y los conflictos.

También se debe reunir a las familias que cuentan con el apoyo de los padres, invertir en el desarrollo de líderes en las comunidades de base, ayudar a los jóvenes a generar su propia contra-cultura en respuesta a las pandillas, y hacer participar a las instituciones religiosas, empresariales y cívicas. Los medios de comunicación tiene el papel de llevar a cabo campañas para la reducción de la violencia y garantizar la seguridad de todos los vecindarios.

Las escuelas y los parques deben permanecer abiertos hasta tarde en la noche para ofrecer actividades después del horario escolar como computación, música, atletismo, artes dramáticas, centros para tareas domiciliarias y tutores. Las actividades de verano deben incluir a los jóvenes que no están trabajando ni asistiendo a clases. Es fundamental que la región invierta en un programa de intervención para pandillas, amplíe los programas especializados en pandillas, invierta en programas de trabajo, como el programa Homeboy Industries, del padre Greg Boyle y retire la enorme cantidad de armas de las calles.

Luego se tiene que garantizar que las personas que salen de la prisión y de los centros de detención juvenil participen de un programa integral de rehabilitación antes de quedar en libertad. La comunidad también debe recibir la inversión necesaria para brindar los empleos y la actividad económica que sabemos que eliminan el dominio de las pandillas.

En otras palabras, hay que darles a los niños que viven en las zonas de alto nivel de delincuencia lo que las comunidades de las clases media y alta ofrecen: un entorno con la seguridad suficiente para el desarrollo y la formación de niños sanos.

Eso es lo que la protección del vecindario requiere, que sean revertidas las condiciones del barrio que alimentan el flujo de jóvenes perdidos y abandonados que se unen a las pandillas o adoptan otras formas de vida destructivas.

En la última década, en Los Ángeles se arrestó a más de 450 mil niños, la mayoría de los cuales no eran miembros de pandillas. No podemos seguir con los arrestos como forma de resolver este problema. Después de 30 años y 25,000 millones de dólares invertidos en la "guerra contra las pandillas", Los Ángeles multiplicó por seis la cantidad de pandillas y duplicó la cantidad de miembros de pandillas. Nuestra estrategia actual (la encarcelación masiva) no funciona. Tampoco funciona una estrategia irregular que aumente y reduzca la cantidad de agentes del orden público que lo único que logra es reducir provisionalmente la actividad delictiva de las pandillas, solo para resurgir unos meses más tarde.

Los políticos no comprenden que reducir la actividad delictiva de las pandillas no es lo mismo que reducir la cultura de las pandillas. Controlar que no se comentan delitos no quiere decir arreglar familias, escuelas y vecindarios disfuncionales.

Quizás no se pueda terminar con las pandillas, pero se puede terminar con la epidemia de los niños que matan a otros niños. No se puede erradicar completamente "La vida loca", pero se puede ofrecer otras opciones de vida. Otros servicios y empleos que generan entornos mucho más seguros para los niños más vulnerables de Los Ángeles.

Lo único que se sabe con seguridad es que no se puede dar el lujo de esperar otros 30 años, sólo para corroborar que el culto de muerte de "La vida loca" se duplicó nuevamente y llegó a un punto sin retorno.

 



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