viernes, 9 de abril de 2010

La muy mexicana “Tramititis”

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel
mayo / 2008

 

La Secretaría de Economía informó que eliminará la mitad de los trámites que ahora enfrentan las empresas, con lo cual éstas se ahorrarán mil millones de pesos. Buena noticia, pero, ¿por qué no eliminan el 75 o el 80, o mejor aún, el 99 por ciento de los trámites? ¿Es necesario que para operar un negocio se requiera de una licencia o permiso? Quitando el registro ante la Secretaría de Hacienda y Crédito Público para el pago de impuestos y contribuciones al sistema de seguridad social, la respuesta en principio a esta pregunta es "no", excepto en dos casos particulares: 1) cuando en la operación de las empresas se pudiese generar un riesgo sistémico que ponga en peligro la operación de la economía, como es el caso de las empresas del sistema financiero, particularmente las instituciones bancarias; y 2) cuando en la operación de la empresa se genere una significativa externalidad negativa.

 

Con excepción de estos dos casos, cualquier política gubernamental que obligue a las empresas a obtener permisos y licencias para abrir, operar o cerrar, incrementa significativamente las barreras de entrada a los mercados. Reduce el grado de competencia, genera una actitud de búsqueda de rentas por parte de empresarios y sindicatos, y una significativa corrupción entre los burócratas encargados de administrar todo el entramado regulatorio.

 

Si hacemos un rápido repaso de por qué el crecimiento de la economía mexicana ha sido tan mediocre durante los últimos 25 años, además de por el deterioro macroeconómico tan significativo que se generó durante la "docena trágica" de Echeverría y López, mismo que no se pudo eliminar sino hasta recientemente, la clave del muy bajo crecimiento la podemos encontrar en la excesiva regulación, federal, estatal y municipal, a la que se ha sujetado a la economía desde esa aciaga época. La desconfianza siempre presente entre los burócratas para con el mercado para justificar su intervención, pensando que ellos saben más que los millones de individuos qué es lo que más les conviene, los lleva a tratar de imponerle a la sociedad sus propias preferencias. Esto se ha traducido en que para las empresas e individuos, hacer negocios sea un proceso tortuoso y muy caro. Invertir, crecer y generar riqueza es un acto heroico en este país cuando prácticamente todo el arreglo institucional está diseñado para premiar la búsqueda de rentas.

 

No se requiere de permisos para abrir y operar empresas. Lo que se requiere para que la economía funcione eficientemente, lo que se requiere para que los recursos se asignen hacia su mejor uso alternativo, lo que se requiere para que la economía crezca, es contar con un marco legal y regulatorio simple y transparente, de aplicación no discrecional, que promueva la existencia de mercados competitivos. Necesitamos desmantelar inmediatamente, no dentro de unos cuantos años, todas las trabas regulatorias que incrementan los costos de transacción en la economía e inhiben la inversión y el crecimiento. Y de paso, hay que despedir a la enorme cantidad de burócratas cuya única función en la vida, es tratar de ver cómo le hacen para extraerle a las empresas una parte de las utilidades. México con certeza ganaría.

 

 



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