viernes, 9 de abril de 2010

Lo que va de ayer a hoy


 Enrique Galván-Duque Tamborrel
mayo / 2008

 

 

Resulta ya muy trillada la frase "Lo que va de ayer a hoy" para expresar una comparación entre lo que acontecía en una fecha pasada y la actualidad, pero en idioma coloquial creo que no hay otra para, no sólo expresar, sino sentir un cambio.

 

Por allá de los treintas del siglo pasado, un tío (primo hermano de mi madre) a quien aprecié mucho, vivió un tiempo en la ciudad de Los Ángeles, Cal., y recuerdo que se hacía referencia, con verdadero entusiasmo, de la isla Santa  Catalina, decía que era un lugar muy bonito y con mucho futuro para la gente latina.  Sin embargo, en contradicción a lo que él decía, había otros que decía que la Isla Santa Catalina era una ínsula reservada para los anglosajones.  Pero resulta que ahora las familias mexicanas tienen cada vez más presencia en la citada Isla.  El actual fenómeno migratorio ha transformado el rostro de ese enclave californiano.


A 20 millas de la costa angelina se está generando un silencioso fenómeno migratorio que ha sorprendido a propios y extraños, en un reducido territorio de apenas una milla cuadrada.  En dos décadas, la Isla Catalina cambió de rostro, arropó un nuevo idioma y aceptó las costumbres de centenares de mexicanos que se establecieron en este lugar que les prometía el sueño americano, pero sin el bullicio de las metrópolis, es decir, en un ambiente muy parecido al de su tierra natal.

Cifras oficiales estiman que seis de cada 10 personas que viven en la ciudad de Avalon, la zona turística de la isla, son de origen mexicano; de una población que podría alcanzar los cuatro mil habitantes.

Hoy, más que nunca, Catalina es un nombre que se pronuncia sin acento del idioma inglés y hasta existe un dicho local que afirma que dentro de poco se le podría denominar con un popular apellido mexicano como Ramírez, López o Hernández.   ¿Qué les parece algo como Catalina Hernández?

En un reportaje que sobre la Isla publicó el Diario La Opinión Digital de Los Ángeles, hace referencia que hace 18 años Enrique Martínez llegó a la isla proveniente del estado de Jalisco, México, y se enamoró de la tranquilidad de este paraíso.   Martínez le escribe a su tío: "Se me hace bonito porque hay más seguridad. Aquí no existe el vandalismo; si acaso, alguien que vaya tomado y agarra un carrito de golf y lo ponga en otro lado, pero no hay asaltos", comenta este hombre que trabaja como mesero en el Catalina Country Club.

Sorprendentemente, el mundo del que habla Martínez existe a tan sólo una hora del puerto de Los Ángeles. Dice: "Basta con descender de una de las embarcaciones que se encargan del traslado desde San Pedro, Long Beach o Dana Point a la isla, para darse cuenta de que se trata de una singular porción de tierra."

"En la ciudad de Avalon no hay semáforos, ni tráfico; los carritos de golf y las bicicletas son el principal medio de transporte; los policías se cuentan con una mano y todos sus habitantes se conocen. Es común que en los restaurantes o mientras se camina por el pequeño muelle, los pobladores se hablen por su nombre."

En este moderno Edén decidió establecerse hace 27 años Miguel Rodríguez, director de informática de la compañía Santa Catalina Island, propietaria del 11% de la isla, porque el lugar le recordaba el sosiego de Los Altos de Jalisco y pensó que sería el mejor ambiente para que sus hijos crecieran.

Para Bob Kennedy, alcalde de la ciudad, el crecimiento de la comunidad mexicana ha contribuido de manera importante en el desarrollo económico de la región, porque ocuparon el espacio laboral que dejaron los jóvenes isleños que se fueron a estudiar a la universidad.  "Nuestra comunidad latina ha crecido en los últimos 20 años. Ha sido necesario este incremento para impulsar la economía de la isla; todas las aptitudes que se han requerido, los hispanos han cumplido con esos requerimientos".

Entre las oficinas de la escuela Avalon, la única del lugar, que atiende a estudiantes desde jardín de niños hasta la preparatoria, un niño corre con una playera del equipo de futbol Guadalajara. Allí también se palpa una fuerte presencia de alumnos de ascendencia mexicana.   De una matrícula de 700 estudiantes, más de la mitad son de origen mexicano, informó Carmen Flores, trabajadora comunitaria de la institución.

"Muchos llegan sin hablar inglés. Aquí, la edad más difícil es cuando estudian high school, porque requieren estudios más especializados", explicó Flores, quien indicó que la plantilla de profesores ha recibido entrenamiento especial para entender este fenómeno de integración cultural que afecta al rendimiento académico de la escuela.  Cada 5 de mayo, la institución, que pertenece al Distrito Escolar de Long Beach, se viste de verde, blanco y rojo; de Adelitas y Emilianos; de rebozos y bigotes amplios.

Cuando los alumnos se gradúan de la preparatoria, las interrogantes llegan a los hogares, pues no hay escuelas superiores en este lugar. La universidad más cercana está a 22 millas, pero hay que cruzar el Océano Pacífico.

Hace cuatro años, Rosa Pedrosa, una recamarera que lleva 20 años viviendo en la isla, tuvo que enfrentar nuevamente la separación de su familia, para permitir que su hija se formara como periodista. Empero, cuando su hija regrese con un título universitario, encontrará que las oportunidades de empleo en la isla son pocas.

Vivir en la isla "de la fantasía" tiene un precio, y es muy alto. Aquí, el alquiler de un apartamento de dos recámaras se calcula en casi dos mil dólares y un solo aguacate puede llegar a costar hasta 2.50 dólares.

Enrique Martínez, quien tiene un sueldo de nueve dólares por hora, calcula que comprar la despensa semanal en cualquiera de las dos únicas tiendas de la región puede llegar a costar hasta 350 dólares. Por eso, muchos optan por viajar a la costa angelina para adquirir alimentos, ropa y demás artículos, aun cuando el precio por el viaje redondo es de 60 dólares.

Si de este lado la gasolina está por las nubes, en la ciudad de Avalon llega al espacio exterior. Un galón de gasolina ronda los 5.00 dólares, más de un dólar de diferencia del precio al que todavía se puede adquirir en el centro de Los Ángeles.

Poco más de 500 automóviles circulan en la región. El Ayuntamiento prohibió que el número se incrementara, para evitar el exceso de vehículos en los estrechos caminos. El número de carritos de golf en circulación casi llega a las mil unidades.

Para que a un residente se le permita que su auto pueda circular, es necesario que otra persona con una licencia se muera o se mude a otra ciudad. Miguel Rodríguez, el hombre originario de Jalisco, tuvo que esperar durante 16 años.

Lo que los mayores llaman tranquilidad y seguridad, los más jóvenes lo tachan de aburrimiento. Así describe su vida en la Isla Catalina José Gamboa, un adolescente de 16 años que estudia el décimo grado. A este espacio de aproximadamente una milla cuadrada lo trajeron sus padres hace siete años.

"No hay muchos lugares a dónde ir", señala.

Desde hace un año, algunos isleños retomaron el contratar grupos musicales para organizar bailes los sábados por la noche, y planean presentar una muestra de artesanías y bailables tradicionales en la plaza principal los próximos 5 de mayo y 16 de septiembre.

"Que eso sirva para unir a las dos culturas y que el anglosajón aprenda de uno", manifestó Miguel Rodríguez, uno de los promotores.

Además de la televisión, la Internet y el teléfono, su contacto con el mundo exterior es a través del único cine, ubicado en el Casino de Avalon, un histórico local construido en 1920, que también funciona como salón de baile y museo. Cada año es la sede del Festival de Cine Mudo.

La última película hispana que se proyectó fue Selena, protagonizada por Jennifer López.

"Los mexicanos traen a sus hijos y llegan a venir hasta 700 personas, porque es el único cine", manifestó Silvia Rivera, asistente de la gerencia del casino, donde trabaja desde hace 20 años.

Así están las cosas en la Isla de Santa Catalina, ¿quien lo hubiera creído hace 50 años?  Lo que va de ayer a hoy.


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