Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel
Marzo / 2008
Recuerdo que era un lunes de verano, radicaba a la sazón en la conflictiva Ciudad de México, desde muy temprano se dejaba sentir el fuerte calor propio de la calida estación. Aquel día me desperté con mucha flojera y renegando. Con trabajo pude deshacerme de la sabana que me cubría, me dirigí al baño arrastrando los pies y el alma. , mientras maldecía el tener que levantarme de la cama sin poder quedarme en ella todo el día. Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. Tal pereza me dominaba, tanto que por no meter el pan en el tostador preferí comerlo frío y beber la leche directamente de la botella. ¿Por qué tener que trabajar? ¡Esa era una verdadera maldición!
Me conduje a mi oficina en mi automóvil, que tenía asientos de piel y calefacción, observando en el trayecto el pavimento humedecido por la lluvia y seguí maldiciendo el tener que ir a trabajar.
El semáforo marcó el alto y, de pronto, como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto. Por curiosidad abrí más mis ojos somnolientos y pude descubrir que lo que parecía un bulto, era el cuerpo de un joven montado en un pequeño carrito de madera. Aquel hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo, sin embargo con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar con maestría un conjunto de pelotas con las que hacía malabares. Las ventanillas de los autos se abrían para dar una moneda al malabarista que llevaba un pequeño letrero sobre el pecho. Cuando se acercó a mi auto pude leerlo: "Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico". Con su mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocadas frente a un atril que sostenía un lienzo; con su boca movía magistralmente un pincel que daba forma a un hermoso paisaje. El malabarista, mientras recibía mi ayuda, vio el asombro en mi cara y me dijo:-- "¡Verdad que mi hermano es un artista!, por eso escribió esa frase que está sobre el respaldo de su silla". Entonces leí dicha frase, que decía: "Gracias Señor por los dones que nos das, contigo no nos falta nada".
Recibí un fuerte impacto en mi interior mientras el hombre bulto se retiraba y el semáforo apagaba la luz roja para encender la verde.
Mi semáforo interior cambió desde aquel día. Nunca más se volvió a esconder la señal de alto, que me paralizaba por la pereza. Siempre he tratado de mantener la luz verde y realizar mis trabajos y actividades sin detenerme.
Aquel día descubrí que ante los jóvenes yo era un paralítico.
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