Febrero / 2008 Uno de los rasgos más sobresalientes de nuestra época consiste en poner en tela de juicio y en subvertir todos los valores tradicionales. Intentar hablar, en ciertos ambientes, de la verdad, la sabiduría o la virtud es considerada como un anacronismo. Sólo la sinceridad escapa a este naufragio universal; es el último valor aún admitido, el que permite todos los demás y ocupa el lugar de ellos. He oído decir muchas veces, refiriéndose a un autor: «Es una obra básicamente pornográfica, pero es sincero...», con un acento lleno de indulgencia cercano a la aprobación... No estoy seguro de que todos estos campeones de la sinceridad sean sinceros. La inconveniencia ha entrado en las convenciones, por lo tanto el exhibicionismo obsceno, como los actos o relatos de violencia, aseguran el éxito; la hipocresía puede muy bien consistir en fingir las peores audacias al igual que antes consistía en salvar las apariencias de la moralidad y del «buen tono». El hombre sincero es el que expresa con verdad lo que piensa y siente. Esta definición del diccionario prueba que la sinceridad absoluta no existe. Si cada uno se dedicara a exteriorizar, con palabras y con actos todo lo que piensa y siente, ninguna vida humana sería posible. Los ejemplos abundan: ¿es sincero quien, bajo un bombardeo, temblando todos sus miembros, se esfuerza por no traslucir sus emociones y anima y tranquiliza a los otros? ¿No soy sincero cuando voy a trabajar y tengo, en un hermoso día, unas ganas inmensas de pasearme por el campo? ¿Y si al discutir con alguien que mantiene tesis absurdas, domino mi irritación, y sin romper la conversación continúo con calma, tratando de enseñarle a razonar? Solamente los animales y los niños muy pequeños son total y continuamente sinceros: gritan, golpean, comen o se niegan a comer siguiendo el impulso del momento. Pero volvamos a los ejemplos citados: cuando el miedo se apodera de mí, ¿dónde está la verdad más profunda? ¿En mi cuerpo que tiembla o en mi espíritu que no cede ante el temblor? Cuando trabajo, en vez de pasearme... ¿la sinceridad está en mi pereza o en mi fidelidad al deber de estado? Y finalmente, ¿dónde está mi verdad más profunda? ¿En mi irritación espontánea o en mi deseo de benevolencia hacia otras personas? Soy menos sincero en relación con mis emociones pero soy más auténtico con relación a mis deberes. Enseño menos lo que soy, pero me acerco más a lo que debo ser. Si se hace de la sinceridad, a cualquier nivel y a cualquier precio, un valor absoluto, se minan todas las virtudes sobre las que reposa el edificio individual y social: dominio de uno mismo, disciplina interior y exterior, pudor, etc. y la única verdad que permanece es el del caos...
«EL RESPETO A LA LEY ENALTECE NUESTRO ESPÍRITU» . |
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