miércoles, 17 de febrero de 2010

No tengo tiempo

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Marzo / 2008

 

 

En el transcurso de la vida, sobre todo si esta ya se alargó mucho, no creo que haya ser humano que no haya conocido a alguien que nunca tiene tiempo para nada.  Desde luego que siempre hay excusas, no falta argumento, pero el caso es que nunca tienen tiempo.

 

Mi amigo Juan era uno de esos, parecía trompo chillador.  Un día un sacerdote amigo de él, lo invitó a que asistiera a una platicas que se llevarían a cabo dos días a la semana de las 19 a las 20 horas, aceptó en primera instancia, pero finalmente no asistió ¡porque no tuvo tiempo!

 

Finalmente, a insistencia de su esposa, la acompañó a la iglesia y se hincó a rezar.  ¡Ah! pero no por mucho tiempo, tenía muchas cosas que hacer.  Expresó: -- "esto no es para mi, no puedo perder el tiempo, me tengo que apurar, pues hay muchas cosas que terminar"; y mientras decía una oración apurada, salió corriendo diciendo: -- "mi alma puede estar tranquila pues el último domingo fui a misa".

 

Durante el día no tuvo tiempo de decir una palabra de alegría, no tuvo tiempo de hablar de Cristo con un amigo, por temor a que se riera de él.

 

Demasiadas cosas que hacer, esa era su expresión constante: "no tengo tiempo… No tengo tiempo.  No tengo tiempo para formarme, no tengo tiempo para darme a los demás, y sin darme cuenta se me acabó el tiempo".

 

Pero a Juan, que no tenía tiempo para nada, ni para comer, lo invadió una anemia perniciosa que acabó por llevárselo a la tumba.  Y, ni modo, para morir si tuvo tiempo.  Llegó ante el Señor, quien estaba de pie y en su mano tenía un libro, el Libro de la Vida…  Miró a Juan con un dejo de tristeza y le dijo: "No puedo encontrar tu nombre, alguna vez lo iba a anotar, pero nunca tuve tiempo".



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