miércoles, 17 de febrero de 2010

Pleitos e inconformidades en el PRD

Por: Antero Duks

Marzo / 2008

 

Fue, desde cualquier punto de vista, una elección lastimosa, fantasmal. Según reportó el diario La Opinión de los Angeles, el pasado domingo en la histórica Placita Olvera de Los Ángeles, Cal., solamente una persona acudió en promedio, cada hora, para votar por la nueva la dirigencia del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

 

Los líderes del partido del sol azteca en estas tierras explicaron la nula participación con la consabida excusa de que faltó difundir más el proceso electoral. Es posible, pero quienes siguen de cerca los avatares del PRD y conocen a varios de sus simpatizantes sospechan que las razones tuvieron que ver más con el desencanto en que han caído muchos militantes ante el vergonzoso comportamiento de sus líderes.

 

El partido, que en 2006 se convirtió en la segunda fuerza política en México y estuvo a punto de ganar la presidencia del país, se encuentra sumido ahora en el descrédito total y al borde de la ruptura como resultado —no de los embates externos— sino de la incapacidad de sus dirigentes para dirimir sus diferencias de manera civilizada.

 

Los vicios que por años se han acumulado en el PRD afloraron sin ningún pudor en la elección del pasado domingo en México, cuando —al más puro estilo priista— estuvieron a la orden del día los cómputos retrasados, las casillas sin instalar, el clientelismo, la inflación del padrón electoral, las urnas quemadas, robadas y rellenadas, así como la compra de votos.

 

Desde entonces, en el vecino país han vuelto a resonar con fuerza los gritos de "voto por voto" y "casilla por casilla", sólo que esta vez no para reclamar fraude a otro partido, como ocurrió en las elecciones presidenciales de 2006, sino entre los mismos perredistas.

 

Tanto Alejandro Encinas, candidato de Andrés Manuel López Obrador, como Jesús Ortega se acusan mutuamente de todo tipo de tretas y golpes bajos, por lo que hasta hoy se ignora quién de los dos será el nuevo jefe perredista.

 

Lo único que sí sabemos es que ninguna de las dos opciones refleja lo que debería ser un partido de izquierda serio, moderno y comprometido, que represente verdaderamente los intereses de los marginados.

 

La batalla del poder por el poder haciendo a un lado ética y principios no sólo ha causado que el PRD pierda adeptos y credibilidad. Es un golpe para la izquierda y para los millones que confiaron en que este partido —fundado hace 19 años— podría representarlos y luchar, como prometió, para que tuvieran acceso a mejores oportunidades en un país caracterizado ancestralmente por la injusticia y la desigualdad social.

 

Por lo pronto, se anticipa ya que quienes saldrán beneficiados de la debacle del PRD serán los priistas, que tendrán mayor peso y capacidad de maniobra para negociar con el gobierno de Felipe Calderón los importantes acuerdos y reformas que están pendientes. Mientras tanto, de no llegar a un arreglo, los perredistas se convertirán en meros espectadores del acontecer nacional y seguirán malgastando recursos y energías en su camino a la autodestrucción.

 



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