lunes, 28 de junio de 2010

Versos inéditos, recuperados y complementados por Antero Duks

 

 

El alma dormita

 

 

El alma dormita
y sueña que al alba
no estará sola,
sueña que sueña
lejos de sí misma,
atraviesa la noche
en contemplación estática.
En silencio se enreda
en su propio silencio y
gira, suave, lenta,
alrededor de la flor
de pétalos presentidos.
En el viento, ingrávida
se desliza, se abraza
a su propia levedad
mecida en el vientre de una noche
que se ignora a sí misma.
Afanosa asciende, se eleva
a un horizonte sin márgenes,
el camino es la invención del sueño
que en su andar tropieza con sueños
de otros sueños que se sueñan a sí mismos.
El alma se despierta al alba,
escucha su silencio,
se envuelve en su liviandad
y gozosa sabe que está sola.
.


 

 

 

Tormenta

 

 

Llueve generosamente

Sobre ciruela pasa corazón
aislado
por lengua húmeda
que toda huella lame
hasta dejar sin eco
los latidos.

 

Llueve tan generosamente
que un capelo de blandura
envuelve todo
en lozanía.

 

Bajo el caudal
sería capaz
de hinchar su ajada piel en fruto
de agridulce sabor
en carne vida.

 

Llueve hasta humedecer
más allá de la piel y la carne
la intacta semilla.


Los ojos

 

Me pesarán tus ojos
de aquí hasta la muerte.
La culpa ha sido mía:
yo no debí mirarlos.

 

Creo que cabe mi vida
en la esférica tristeza de tus ojos
que parecen de siempre estar mirando
tras la lluvia en el cristal de una ventana
otra lluvia, ya borrada.  Otra lluvia.

 

Que silenciosamente cabe un mundo en esos ojos
y me pregunto donde terminan,
cual es la orilla oscura del relámpago que guardan.
Que antiguamente caen estrellas

Al fondo de esos ojos,
qué justicia o qué barbarie o qué secreto
les dio tal vez la ingobernable luz del cielo.

 

Ahora que la noche será mi enorme casa
voy a llevar tus ojos oscuramente míos.
Con ellos, la luz será un recuerdo
íntimo y sencillo.

 

Quiero llegar a ellos sin peso, vaga forma

Detenido un instante
en la amorosa memoria de su fuego,
sólo para hablar de ti,
para volver a estar en ti, contigo,
en esa última razón
de mi que son tus ojos.

 


Canción del ahogado

 

Bajo el mar,
en el zigzag de los cardúmenes,
vi un árbol de espejos sueltos dispersando ráfagas de plata.

 

En los fantasmas de coral reconocí
la sangre más superflua,
la sangre ausente de la ausencia,
la naturaleza esqueletal de todo intento
y toda la nada que no es mar.
Toda la nada.

 

La leve cópula de las estrellas
me recordó una mano, para siempre fugaz,
latiendo dentro de mi mando.

 

Y el silencio me hizo entender la inutilidad de las palabras.

 

Probé la tierna carne de los peces secretos,
que leyeron en mi lengua su destino de Jonás,
para que todas mis vísceras
asumieran la armadura de la escama.
Y ya no dolía nada.

 

En medio de mi oscuridad
las medusas danzaron la escarcha de sus lámparas.
Vi la mano de Dios
deslizándose secreta como un calamar gigante.

 

Y no quise volver.

 

 

 

 



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