¿Cómo moriré? ¿Quizás en un accidente? ¡Dios me libre! ¿De viejo? ¿En un hospital con un cáncer galopante marchitando mis células?
¿Y tú?
Es un misterio el cómo y el cuándo moriremos, tienes razón. Lo único que conocemos con certeza es que –tarde o temprano– nuestro tic-tac del corazón se parará. Y nos encontraremos de frente a nuestro Creador para rendirle cuentas.
En esos momentos nos dará más satisfacción haber perdonado que haber partido narices, haber hecho el bien en vez del mal; haber sido obediente que habernos salido con la nuestra; habernos arrepentido que…
Ese día –el día de mi muerte y de la tuya– de nada nos servirá nuestras colecciones de revistas, de camisas, de llaveros, de discos compactos. De nada nos servirá haber ido al gimnasio y tener el cuerpo lleno músculos si no cumplimos la misión que Dios nos encomendó.
Ese día brillarán como diamantes las ocasiones en que hicimos el bien sin recibir nada a cambio, o cuando oramos con Dios, aunque no sintiéramos gorgoritos en el estómago.
La muerte será tu y mi inicio, o tu y mi final. Depende de nosotros.
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