miércoles, 9 de junio de 2010

¿Estamos inmersos o no en una crisis?

Enrique Galván-Duque Tamborrel
julio/ 2008

 

Ciertamente el panorama es oscuro. Para tener una idea del problema que se avecina, digamos que la crisis inmobiliaria sufrida por los Estados Unidos es, en comparación, una broma de mal gusto. Sigiloso pero contundente, el incremento generalizado en el precio de los alimentos es tema de análisis y primer orden mundial.

Al inicio, el problema parecía atribuible sólo al principal detonador: el aumento internacional en el precio del petróleo (que de US$68 en mayo de 2007, se fue hasta los US$135 en junio pasado).  Pero conforme la situación se agudiza, factores como el cambio climático también han contribuido a la formación de este tornado inflacionario que aún dista mucho de tocar suelo.

La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y analistas de varias latitudes pronostican que el descontrol en la producción, distribución y oferta de alimentos durará al menos 10 años. Por eso, algunos países ya han implementado medidas urgentes para anticiparse a la situación. Un ejemplo son Estados Unidos y China, que recién restringieron la venta de su arroz a otras naciones para reservarlo al consumo local.

Aquí, el suceso se vaticinó desde 2006 con el alza de la tortilla. Quizá con el deseo de adelantarse o encarar los pronósticos, Felipe Calderón anunció a finales de mayo un plan para responder a esta escalada de precios en alimentos que, en términos generales, de noviembre a abril se ha elevado hasta en un 25%. El secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, asegura que hay un abasto garantizado de 195 millones de toneladas de diversos alimentos, en tanto el gobierno federal impulsa una serie de medidas para evitar el desabasto y la especulación.

Productores nacionales de arroz (aunque se importa el 25% de su consumo total) acordaron mantener su precio por abajo del promovido en
mercados internacionales. Sin embargo, el optimismo parece quebrantarse si se añade que el sector pecuario requiere de entre 18 y 20 millones de toneladas anuales de granos para forraje, las cuales –adivinó usted– se importan.

Un porcentaje significativo de maíz blanco y leche en polvo llega a nuestra mesa por esa transacción, y aunque en caña de azúcar y maíz amarillo México registra un excedente (solamente en frijol somos autosuficientes), esto refleja el rezago y olvido que por años ha padecido nuestro campo.

En voz de algunos analistas, la soberanía alimentaria de México no ha sido defendida por sus gobiernos al privilegiar sólo a las grandes organizaciones agrícolas, inclinadas más a la especulación que a la inversión.

Para Manuel R. Villa Issa, autor de la obra ¿Qué hacemos con el campo mexicano?, hay una respuesta para frenar el problema, al menos en el ámbito doméstico: "El fondo está aquí, dentro del país. Tenemos que volver los ojos a donde nunca debimos quitarlos, al campo. Su estructura tiene tierra, agua, clima, material genético e investigación, aunque todo está muy lastimado. Si buscamos complementos en los mercados internacionales, no se debe descansar en eso. No podemos transitar este proceso en un país en el que se importa un tercio de lo que se come."

Villa Issa, quien fuera fundador de la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Economistas Agrícolas y vicepresidente de la Asociación Internacional de Economistas Agrícolas, en entrevista con Alto Nivel dijo que los sectores más afectados por la actual crisis alimentaria son el ganadero, avícola y porcino, por el hecho de requerir de los granos para su sustento.

Sin embargo, en términos generales, toda la industria de alimentos se verá afectada al no poder absorber los costos de la materia prima, quedándole sólo dos posibilidades: comprimir su ganancia hasta quebrar o ajustarla al mismo precio de la oferta para mantenerse con lo menos.

Al referirse al contenido de su libro, el ingeniero agrónomo asegura que se trata de un análisis bien documentado con miras a una propuesta de compromiso con los productores; compromiso que debe hacerse si se desea alivianar la carga de un futuro incierto.

"En el libro hay datos de la OCDE, del Banco Mundial, del Banco Interamericano y hasta de la Secretaría de Agricultura, porque el fenómeno económico es el mecanismo que ha lastimado al campo. El capital especulativo está invirtiendo en alimento y en petróleo", señala el entrevistado.

El corazón de la propuesta de Villa Issa se centra en la idea de considerar al campo, a los alimentos y a todo el fenómeno como temas de seguridad nacional, porque la estabilidad del país está de por medio.

En el mismo sentido se pronuncia la especialista del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, Esther Orozco, autora de Así estamos hechos… ¿cómo somos? En días pasados, Orozco dijo que, en lugar de implementar una política de Estado para fortalecer al campo científica y tecnológicamente, se abren las fronteras a las transnacionales para dejarles el mercado alimentario nacional.

Como ejemplo, en enero pasado la compra del maíz blanco a Estados Unidos se fue hasta 384% al sumar 49,488 toneladas, contra las 10,222 que se adquirieron en el mismo periodo de 2007.

Sin embargo, para nadie es secreto que hoy el campo mexicano requiere de inversión extranjera para modernizar su infraestructura y reactivarse, dejando de lado cualquier postura política.

Para Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, la crisis alimentaria mundial continuará hasta el 2015, sin que el precio de los granos vuelva a sus niveles de 2004.

A su juicio, los países deben modificar sus políticas de producción alimentaria y buscar una nueva generación de combustibles con materiales procedentes de la celulosa, para desestimar el uso del maíz o la caña de azúcar como energéticos. La CEPAL, por su parte, recomienda políticas que disminuyan el alza de precios en los mercados internos y mejoren los ingresos de la población, especialmente de los sectores más bajos.

En concordancia con el plan anunciado por el presidente Calderón, el organismo sugiere la reducción de los aranceles e impuestos al consumo
y el fomento a los subsidios (o algunas alzas a los ya existentes) en determinados sectores. Por eso, el pasado 26 de mayo el secretario de Agricultura anunció recursos por $300 millones para la investigación agrícola y pesquera del país, pero al día siguiente reconoció que al menos durante los próximos cinco años, el país no producirá lo que necesita en materia de básicos.

Aun así, para algunos especialistas el país ha sufrido un impacto menor en comparación con otras naciones. Y es que si los efectos se han reflejado seriamente en nuestro monedero, por fortuna, el fantasma del desabasto todavía no toca los centros de distribución nacional.

Por las condiciones, la política económica habrá de ajustarse al panorama mundial. ¿Significa esto que la moda de las vacas flacas no se irá con el anochecer de una coyuntura, ni con el amanecer de un nuevo sexenio? Seguramente, los acontecimientos venideros nos darán la respuesta.

 

 



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