Hace unos años un sacerdote misionero viajaba a una isla "perdida". Allí comenzó a anunciar el evangelio. Los habitantes de aquel lugar al escuchar sus palabras se quedaron asombrados y decían al misionero: "¿cómo es posible que este hermoso mensaje llega a estas tierras sólo después de 2000 años?" ¡Es triste, pero esa es la realidad! Se ha dividido en tantas opiniones el mensaje de Cristo que es necesario luchar por su unidad, por anunciar su palabra a quien aún no lo ha escuchado.
Por ejemplo, sólo hay un 16 por ciento de católicos. Los cristianos en total son cerca de un 30 por ciento. El resto del mundo tiene otra creencia o no cree en nada. Es decir que para dos tercios de la población mundial, Jesucristo no significa mucho. Incluso hay gente que ni ha oído hablar de Jesucristo.
En tiempos de Jesús, pasaba lo mismo. Unos creían en él y otros no. Unos le amaban hasta la locura – díganme si no qué tiene de «razonable» rociar todo un valioso perfume sobre los pies de otra persona y secarlo con los propios cabellos- y otros le odiaban a muerte, y muerte de cruz. El mensaje era claro: "Él es el hijo de Dios, el Mesías, el redentor de la humanidad. El murió por nosotros, para liberarnos de nuestros pecados y abrirnos las puertas del cielo. Y quien cree en él y le acoge se salvará".
Delante de Cristo el hombre no se puede quedar indiferente. Esa ya sería una actitud derrotista. ¿Qué actitud tenemos nosotros? ¿Es tan difícil creer en él? A una conclusión podemos llegar leyendo este evangelio: razones humanas siempre las podemos tener para no aceptar a Cristo, aunque muchas más para creer en él. No olvidemos, sin embargo, que la fe es un don que Dios regala a aquellos que son sencillos y se lo piden. ¡Pidamos a Dios que aumente cada día nuestra fe! Tenemos mucho que ganar.
El pueblo de México es sui géneris en este renglón, pues al 95% se dice cristiano, y si, cuando menos la mitad de veras tratara de imitar a Cristo, otro gallo nos cantaría. Al ver, a diestra y siniestra, el incremento de la corrupción y de la delincuencia, se da uno cuenta de que todo es un engaño, pues si Cristo prevaleciera no existirían esos flagelos. ¡Ah!, además, la mayoría de los delincuentes son de "golpe de pecho, limosnas, veladoras, etc.", y a muchos, en sus pueblos, los veneran como benefactores.
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