domingo, 28 de marzo de 2010

Miedo al cruzar por suelo mexicano

 

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Abril / 2008


Cada vez son menos los migrantes centroamericanos que realizan el viaje hacia Estados Unidos, debido a los abusos que sufren en México.  Para miles de centroamericanos que quieren ingresar ilegalmente a Estados Unidos, el largo recorrido comienza aquí, en los vagones de un ruidoso tren de carga que llaman "La Bestia", en el estado de Chiapas.  Con creciente frecuencia, el recorrido se corta pronto.

 

Los indocumentados centroamericanos tropiezan con nuevos controles dentro de territorio mexicano, incluidos inspectores que buscan polizones en los trenes. Los daños causados por los huracanes en las vías férreas complican más las cosas.

 

Como consecuencia, la cantidad de indocumentados no mexicanos detenidos en la frontera por las autoridades migratorias estadounidenses se redujo en un 60% desde 2005, a pesar de una intensa campaña en busca de extranjeros sin papeles. El año pasado fueron arrestados unos 68 mil extranjeros que no eran oriundos de México, la mayoría de ellos centroamericanos, comparado con los 165 mil de 2005.

 

En México mismo se redujo la cantidad de extranjeros indocumentados arrestados. En 2007 fueron detenidos 120 mil, la mitad registrada en 2005, año en el que el huracán Stan dejó las vías férreas en ruinas, según el Instituto Nacional de Migración (INM).

 

Desde que Felipe Calderón asumió la presidencia hace dos años, aumentó la cantidad de agentes de las fuerzas de seguridad que custodian la frontera sur.

 

El gobierno mexicano intenta frenar el paso de indocumentados de otros países, pero no hace mayores esfuerzos por contener el flujo de mexicanos que ingresan ilegalmente a Estados Unidos, limitándose a combatir a narcotraficantes y coyotes. Las leyes mexicanas estipulan que un mexicano tiene total libertad de desplazamiento dentro del país, por lo que no violan ley alguna al llegar a la frontera.

 

Muchos mexicanos se solidarizan con los indocumentados centroamericanos, pero también abundan quienes no los quieren en territorio nacional.

 

Isaac Castillo, dueño del hotel La Posada, en Arriaga, dice que los centroamericanos con frecuencia terminan radicados en México, donde ganan el doble de lo que pueden percibir en sus países.

 

"El problema no radica sólo en EU, sino también en México, porque muchos centroamericanos quieren quedarse aquí y competir con los mexicanos por los puestos de trabajo", manifestó Castillo.

 

La campaña del gobierno ha hecho que los centroamericanos busquen nuevas rutas.

 

Algunos pagan hasta siete mil dólares para ingresar a México por mar y luego esconderse en camiones que van al norte.

 

Estas embarcaciones y camiones intentan evitar los puestos de control que abundan en la frontera sur y en las carreteras de esa región.

 

Las autoridades mexicanas no son el único obstáculo, y los riesgos abundan. Varias personas han muerto al ceder pisos falsos en los camiones y 22 salvadoreños se ahogaron en octubre, al naufragar su embarcación frente a la costa del estado sureño de Oaxaca.

 

Los centroamericanos que no pueden o no quieren hacer la travesía marina apuestan a "La Bestia", el tren en el que hacen un recorrido de 3,600 kilómetros (2,000 millas) hasta Estados Unidos.

 

El trayecto comienza en el río Suchiate, en la frontera con Guatemala, que cruzan en precarias balsas, pagando un dólar. Luego caminan nueve días a lo largo de las vías del tren en una región selvática, bajo un sol ardiente, hasta llegar a Arriaga, a 360 kilómetros (200 millas) de la frontera. Ese es el sitio más cercano donde pueden abordar un tren desde que Stan destruyó la línea Chiapas-Mayab.

 

Durante el viaje deben pagar "cuotas" ("mordidas", coimas) a ladrones, funcionarios de inmigración, agentes de la policía y empleados del ferrocarril.

 

Juan Gabriel Ramos, un guatemalteco de 17 años que quiere reunirse con su madre en California, dijo que antes de llegar siquiera a Arriaga ya le había tenido que pagar a un agente de la policía federal y a otro de inmigración.  "Los dos me dijeron que si no les pagaba, me mandaban de vuelta a Guatemala", expresó Ramos.

 

Los centroamericanos afirman que, si son detenidos, las autoridades mexicanas los someten a abusos. En un publicitado caso el año pasado en la ciudad norteña de Saltillo, denunciaron ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) que les habían hecho exámenes de recto con el pretexto de que querían determinar si portaban cólera.

 

"El maltrato al migrante aquí es brutal y nadie hace nada al respecto, porque todo mundo los ve como un botín", expresó el sacerdote católico Heyman Vásquez, quien calcula que el 80% de los centroamericanos que llegan a su refugio en Arriaga han sido robados.

 

La merma en el tránsito de indocumentados es particularmente notable en Arriaga, una localidad agrícola, en la que se produce maíz y sorgo. En la dilapidada estación de trenes hay unos pocos centroamericanos que esperan poder abordar algún tren. Algunos van a un refugio para extranjeros, ven televisión y relatan los abusos que padecieron.

 

Sentado afuera del refugio, un nicaragüense cuenta que una vez vio cómo un grupo de hombres violaba a una mujer y le disparaba a su novio. Una pareja hondureña dijo que huyó de su país cuando unos pandilleros mataron a su hija adolescente. Dejaron atrás a siete hijos, de entre 1 y 18 años, escondidos.

 

Abordar un tren no es nada fácil. A menudo deben sobornar a guardias y a la policía.   Algunos polizones están tan cansados que no pueden aferrarse al tren por mucho tiempo y terminan cayendo a las vías, sufriendo lesiones graves.  El viaje puede resultar mortal.

 

Jorge Guevara, un salvadoreño de 21 años, declaró que la primera vez que hizo el recorrido, en 2001, el tren descarriló y unas 20 personas fueron aplastadas y seguramente murieron. Él escapó y no sabe bien lo que sucedió.

 

"Ese accidente me dejó en shock, pero yo seguí", contó Guevara a un grupo de indocumentados que hacía el viaje por primera vez. "Uno no piensa en el peligro, sólo en llegar a Estados Unidos. Ya cuando esté allá pensaré en eso".

 

Guevara dijo que trabajó operando un montacargas en Dallas hasta que fue deportado el año pasado, luego de que la policía lo detuvo porque no le funcionaba una de las luces traseras de su automóvil.

 

A Milagros Rivera y su familia le tomó un mes llegar a Ixtepec, localidad a 136 kilómetros (85 millas) al norte de Arriaga. Para entonces, esta salvadoreña de 36 años había sido robada tres veces: por soldados, por ladrones y por un policía.

 

En el peor de esos tres incidentes, ella, su novio, su hijo de 20 años y su nuera, de 18, fueron abordados por individuos armados junto a las vías. Los hicieron desnudarse y se llevaron 1,500 dólares que tenían, dijo Rivera.

 

"Fue un trago muy amargo, porque apartaron a mi nuera y pensamos que la iban a violar", expresó la mujer.  Los asaltantes finalmente dejaron ir a la muchacha, ilesa.

 

Rivera dijo que se dirigen a Virginia, donde tienen amigos que les han dicho que les ayudarán a conseguir trabajo.

 

"Se sufre mucho, pero la esperanza de llegar te ayuda a seguir adelante", manifestó.

 



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